Todos los días a la misma hora tropiezo con aquella muchacha de ojos tristes y cabeza gacha. Siempre en dirección a las calles semi desiertas, dónde las almas oscuras pasan desapercibidas. Camina siempre al mismo paso, con la postura de quien quiere esconderse de las miradas ajenas.
Lleva en sus espaldas penas que ya no entran en su mochila de acampar. La neblina del frío invierno no me impide ver los ojos más tristes que haya visto en mi vida, o el filo de sus clavículas que son como un puñal a los ojos de quienes como yo las vemos pasar.
Es algo habitual en mi preguntarme que es lo que la hace caminar por esas calles desoladas, me pregunto a dónde se dirige cada atardecer cuando me voy a descansar.
Pero sin más enciendo otro cigarro mientras veo como los chicos juegan en la calle de tierra, donde aquellos coches no pasan. los veo reír. Dejaron las mochilas tiradas para ser libres de correr, olvidaron sus tareas y las dejaron para el futuro, siempre pensando en lo infinito del tiempo. Muy diferente a esa muchacha que ya olvidó sus sueños. ¿Acaso olvidó sus sueños de niña? No recuerda su fantasía de aquel príncipe azul que de grande iría a rescatarla de las manos de la bruja mala, ni la idea que el cuco es el fantasma más temido.
¿Serán esos sueños que le pesan tanto? posiblemente sea la felicidad aquella que guarda en su mochila para no desprenderse de ella. Pero de tanto tiempo guardando recuerdos pesados olvidó dejar algo para su futuro. El recuerdo de lo que pasó no la dejará guardar lo que vendrá.
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